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Organizador |
Alfredo Arreguín ha sido reconocido desde hace ya largo tiempo como una fuerza mayor de la pintura pattern. Sus lienzos son una suerte de tapices en los que incorpora diversas e interpenetrantes influencias e imágenes: las artesanías tradicionales de Michoacán, su tierra natal; los exuberantes bosques pluviales de su país de origen y del noroeste del Pacífico; los grabados japoneses del ukiyo-e; animales sagrados o en pelibro de extinción; dioses y figuras totémicas; íconos como Frida Kahlo y César Chávez; y motivos que incluyen máscaras, ojos y azulejos de diseños abstractos. Pero los cuadros de Arreguín, a pesar de la aparente llanura de sus superficies, ocultan una sorprendente profundidad de perspectiva. La base de su composición es un entramado de coloridos diseños aplicados en planos superpuestos y bajo la superficie de cada obra terminada hay muchas más que el artista ha transformado por medio de sus estratégicas oclusiones y borraduras. El resultado de todo esto es un exuberante y fosforescente juego visual en el que las imágenes se combinan para formar otras imágenes, generando así una portentosa fuerza narrativa y destacando la profunda y ambigua simbiosis entre el ser humano y la naturaleza, entre la realidad y la ficción, y entre el mundo natural y el mundo supernatural. Lauro Flores muestra a Alfredo Arreguín como un pintor auténticamente americano, en el sentido real, hemisférico, de este término, como un artista de la magia, del misterio y de la revelación cuyo lugar en la historia del arte norteamericano está ya asegurado.